Y nada más existió hasta el próximo
tren. El tiempo pareció detenerse en la Estación Esperanza. Nadie cruzó la sala
azul hacia el mostrador de venta de billetes. El sol se ocultó en el horizonte
y el aire arrastró los pequeños rastrojos de las vías.
El Jefe de Estación miró el reloj
de la sala, eran las ocho de la tarde, cogió su abrigo y se puso la gorra de
paseo. En casa le esperaban su mujer y un plato caliente de sopa. Caminó
despacio por la calle, tenía tiempo, quizás el próximo tren tampoco llegase mañana.
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